domingo, 4 de agosto de 2013

Tercera Entrega "La habitación Oscura"

El deseo se había convertido en necesidad, en una necesidad imperativa. Tenía que verla. Debía tener respuestas o por lo menos poder sentir la proximidad de su cuerpo, una vez más.

En la delegación nadie tenía idea de quien era, había indagado en los burdeles de la ciudad. Use todos mis recursos para hallarla o saber algo pero no tenía sentido. Mi salud mental estaba amenazada. Mi esposa llegó a desconfiar de mí, estaba convencida de que tenía otra mujer cuando el problema precisamente era que no la tenía.

Sueños llenos de lujuria y horror me atormentaban.  El sexo se había vuelto violento y mi esposa se negaba a que la tocara hasta que no me hiciera tratar. Quizás un siquiatra fuera la respuesta, me lo estaba planteando firmemente cuando los hechos que prosiguieron lo alborotaron todo.
Estaba en el edificio Vlemin, en el piso 14, entrevistando a la viuda de un ex militar que había enloquecido y se había suicidado tiempo atrás, arrojándose de ese mismo edificio. La mujer aseguraba que el fantasma de su esposo se le aparecía y le invitaba a que lo acompañara al más allá. El fantasma rompía su vajilla, iniciaba pequeños incendios, movía muebles, quemaba fusibles y todo tipo de actividad propia de un Poltergeist.

 La mujer, de unos 45 años, estaba atormentada se notaba que tenía tiempo sin dormir, había recibido todo tipo de visitas, psicólogos, parapsicólogos, periodistas, sacerdotes e incluso un Shaman.  Nadie pudo hacer nada.
Terminé la entrevista, me despedí de la angustiada mujer y me dirigí al pasillo llamando al ascensor. La puerta del ascensor se abrió y me quedé estupefacto. ¡Era ella! Si, estaba allí mismo, dentro del ascensor, no tengo idea de si subía o bajaba pero yo entré de inmediato. No podía hablar. Las puertas del ascensor se cerraron y permaneció allí unos segundos. No presione ningún botón, solo la miraba con éxtasis y de nuevo la misma pregunta – ¿Qué haces aquí? – pero ésta vez sin poder evitar reír como un idiota por mi vehemencia – He venido a visitar a una amiga – me respondió con complacencia.

-          Tomate un café conmigo – le rogué con total falta de dignidad – Por favor – me sentía un imbécil enamorado.
-          Claro – me respondió ella con entusiasmo, sin dejar de verla, presioné el botón de la Planta Baja. El ascensor comenzó a moverse pero se detuvo abruptamente. Las luces se apagaron, solo quedó encendida una pequeña luz de emergencia. Qué demonios estaba pasando y recordé al fantasma del ex militar. No era momento de pensar en eso. Ella se veía muy tranquila en las penumbras. Podría haber hecho realidad mi fantasía de poseerla en ese momento pero mi claustrofobia me impedía pensar en sexo.

-          Es un maldito apagón – dije tratando de sonar tranquilo.
-          Estoy segura de que volverá en un momento – ella aún más serena.
Se suponía que el generador era suficiente para que el ascensor no se detuviera, bueno no estaba seguro, solo quería dejar de pensar en el encierro y el fantasma.  Entonces inspirada quizás por las reducidas dimensiones y la oscuridad en la que nos encontrábamos,  empezó a hablar:



La habitación oscura

Fue caminando por la casa, siempre según le habían indicado, ya estaba dentro de ella, eso era un logro. Todo era descaradamente blanco, paredes, piso, techo, los marcos de las ventanas  y puertas, cortinas, todo lo que formara parte de aquella infraestructura era de color blanco y no había nada más, no habían otras personas ni mobiliarios, nada se interponía a su pasó, como si la ausencia ahí reinante la invitara a avanzar.

Había grandes salones, escaleras e interminables pasillos, incontables puertas e infinidad de opciones y a pesar de no saber a ciencia cierta cuál era el camino, estaba siguiendo su intuición, como le habían recomendado hacerlo.
Todo se veía tan impoluto y puro que ella se sentía triunfante y esa momentánea sensación de euforia fue disminuyendo conforme iba ganando un largo pasillo cuyo blanco absoluto iba diluyéndose en un suave y finalmente profundo azul, cuando quiso mirar atrás, ya todo era azul, y cada nueva puerta que habría no hacía más que conducirla a otro certero camino azul y ella se sentía inundada por un mar de sensaciones, que pasaban de la paz, a la ira, de la alegría, a la tristeza y reía y gritaba como loca y luego cantaba y susurraba hasta que la quietud volvió con la premisa de que nunca se había ido, todo seguía azul, aunque eso no significara más que eso.

Su mano una vez más estaba girando otro picaporte, y a medida que la puerta se habría, como dando una reseña clara de su interior, una oscuridad rotunda se filtraba y pintaba de sombras su rostro.  Y adentro, no era más que la ausencia total de luz y de colores y aun así debía entrar.

En medio de las penumbras empezó a dibujarse una figura, era tan fugas y estaba tan inmersa en la nada que podría ignorarse si no fuera porque era lo único que luchaba contra toda esa oscuridad.  Era imposible conocer las dimensiones de la habitación y cuando ella grito, el sonido no tuvo retorno. Camino en dirección a la forma que danzaba torpemente en la nada, como las partículas de polvo lo hacen en los hilos de sol que se filtran por la ventana, cada mañana.  Contrario a lo que esperaba la imagen difusa no se disfrazó de su cuerpo, si no que adquirió un cuerpo propio, y que se encontró con un rostro conocido frente a sus ojos.

Y tras el sujeto que acababa de traspasar toda la oscuridad se bosquejaba, cual si fuera su sombra, todo un escenario, confuso al principio, pero muy claro después.

El escenario era un consultorio médico, casi todo volvió a ser blanco, con la diferencia de que ésta vez era un blanco que exudaba un frío sepulcral. Y aún su piel se helaba más porque sentía que había estado en ese lugar de una manera tal que su miedo estaba plasmado en el reflejo de la ventana, como si se tratase de un espejo que intenta devolverle su propia imagen.

En cuanto al hombre, el cual estaba viendo desde una perspectiva extraña, casi como si se encontrará encima de ella, estaba vestido de blanco, como era de esperarse, vestido de médico, ella se sentía presa del pánico, toda su piel lloraba de miedo y el producto de ese llanto ardiente inundaba sus ojos y su boca y sabía salado, entonces se percató de que estaba en una camilla, aunque era bastante confuso, todo giraba en su mente y ahora le resultaba difícil fijar los ojos en un punto, el hombre que se inclinaba sobre ella hedía a muerte, su cuerpo se veía gigantesco , su cuello corto, cabeza desproporcionada, manos hinchadas, todo su ser era un compendio de lo grotesco.  En una de sus horribles manos llevaba un aparato punzante, como una guadaña en miniatura y la dirigía a su boca, cuando ella, quien no podía gritar porque tenía la garganta como entumecida, empezó a dar patadas en el aire, trató de incorporarse, cuando al fin descubrió que no estaba en una camilla, sino en una silla, casi totalmente recostada y el hombre que intentaba introducir el objeto punzante la sujetaba con fuerza con la otra mano, entonces el dolor desgarrador llegó y la sangre empezó a brotar ultrajando la pureza de las paredes blancas, al igual que una mano mensajera de la muerte portando una guadaña ahora viajaba a la profundidad de su garganta, a través del dolor y la vehemencia ella logró incorporarse, las lágrimas no le permitían ver y solo atinó a sujetar algo que parecía un bisturí, el hombre quien parecía conforme con su faena solo se limitó a sonreír , aquel hombre que al principio se veía enorme, ahora era solo un débil adefesio a quien ella le clavó el bisturí en la yugular. Sus ojos no podían desbordarse más y ahora tampoco podía emitir ningún sonido, fue ella quien sonrió ésta vez y le extrajo el bisturí solo para volvérselo a clavar una y otra vez, hasta que el cuerpo fuera solo una puñalada que alguna vez contuvo un alma en lugar de un hombre muerto.


Image by Jonathan Haeber http://www.terrastories.com/bearings/copyright-statement 
Edited by Metalvogue


Ella despertó asustada, porque aún estaba sentada en algo que parecía un consultorio médico, pero con una decoración diferente, paredes color ocre, alfombra beige y una serie de cuadros y diplomas colgados por doquier. Elevó la vista, la miraba con absoluta calma una mujer de unos 45 años, con gafas y chaqueta, y tomaba notas en una pequeña agenda, todo era tan cliché y tan evidente que, recordando todo al instante, ella se apresuró a decir – Doctora, ahora todo es claro, tengo pánico a… por un episodio con un dentista… pero…exactamente no sé lo que pasó, yo no maté a nadie…. – volvió a sentirse mareada y claridad volvió a llenarse de sombras cuando la doctora le explicó:
“Cuando usted tenía solo 11 años fue víctima de un ataque sexual. Su agresor fue su dentista. Él la anestesió y todo ocurrió mientras usted estaba dormida…”

“En su mente usted asesinó ese recuerdo, pero el daño moral, físico y psíquico siempre estuvieron presentes” La doctora sonrió con complacencia “Ya tenemos el origen de todos su males…”
Pero ella no sintió complacencia, de hecho no sentía nada, como aquel que tiene un propósito que va más allá de sus deseos.

Asintió, intercambio un par de palabras formales con la doctora y se fue.


Esa misma tarde, se encontraba abriendo una puerta que la conducía a una sala de espera,  al llegar la secretaría le anuncia que ya la está esperando.
Ella entra al consultorio del dentista, se acomoda en la silla y siente la monotonía de haber repetido ese ritual demasiadas veces. El hombre la saluda cordialmente y ella le devuelve el saludo, pero antes de que el hombre inicie el procedimiento ella lo interrumpe y le dice – Se da cuenta Doctor? Me atiende desde los 11 años, llevamos más de 15 años de tratarnos- el hombre se limitó a asentir, ella vio su sonrisa reflejada en el brillante bisturí que tenía en su mano izquierda.

Ahora que ella sabía el origen de todos sus males, ahora que ella entendía que no bastaba solo con asesinar el recuerdo, ahora que jamás sabría cuantas veces las paredes blancas se mancharon de rojo, solo tenía una certeza, ésta vez, la sangre no era de ella.

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De pronto la luz regresó y el ascensor comenzó a moverse, me sentía confuso por la historia y la sofocación del encierro. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron y ella se dispuso a bajarse.  Fuera del ascensor, en el pasillo me dijo:

-          Si te introducen al intricado laberinto de tu mente, en busca de tus más oscuros pensamientos, que el exterior se prepare para ver emerger con la misma forma tus más perversos deseos – y las puertas del ascensor se cerraron.

Traté de evitarlo. No lo conseguí. Ella se había bajado en el piso 14, donde empezamos. Ahora sin haber presionado ningún botón yo estaba bajando. “Mierda” grite y me resigne. El ascensor tardó una eternidad en llegar a la Planta baja y luego de allí tuve que hacer un tour por diferentes pisos hasta que al fin de nuevo estaba en el Piso 14. Recorrí el piso pero no la vi. Toqué algunas puertas, nadie respondió. Me sentí abatido y baje. Una vez en la calle me sorprendió ver a una gran cantidad de policías y personas agolpándose en la calle. El transito estaba siendo desviado. Saque mi cámara y corrí para encontrarme con la línea amarilla policial delimitando el espacio donde yacía un bulto lleno de sangre en la acera. Me presenté a un oficial con mi identificación y le pregunté qué había pasado – Según testigos, ésta mujer se arrojó de una de las ventanas del piso 14… - siguió dándome detalles, pero no era necesario, se trataba de la señora Morrín, la viuda del ex militar.



Creo que no tengo que mencionar que no conseguí dormir las siguientes tres noches.

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