El deseo se había convertido en necesidad, en una necesidad
imperativa. Tenía que verla. Debía tener respuestas o por lo menos poder sentir
la proximidad de su cuerpo, una vez más.
En la delegación nadie tenía idea de quien era, había
indagado en los burdeles de la ciudad. Use todos mis recursos para hallarla o saber
algo pero no tenía sentido. Mi salud mental estaba amenazada. Mi esposa llegó a
desconfiar de mí, estaba convencida de que tenía otra mujer cuando el problema
precisamente era que no la tenía.
Sueños llenos de lujuria y horror me atormentaban. El sexo se había vuelto violento y mi esposa se
negaba a que la tocara hasta que no me hiciera tratar. Quizás un siquiatra
fuera la respuesta, me lo estaba planteando firmemente cuando los hechos que
prosiguieron lo alborotaron todo.
Estaba en el edificio Vlemin, en el piso 14, entrevistando a
la viuda de un ex militar que había enloquecido y se había suicidado tiempo
atrás, arrojándose de ese mismo edificio. La mujer aseguraba que el fantasma de
su esposo se le aparecía y le invitaba a que lo acompañara al más allá. El
fantasma rompía su vajilla, iniciaba pequeños incendios, movía muebles, quemaba
fusibles y todo tipo de actividad propia de un Poltergeist.
La mujer, de unos 45
años, estaba atormentada se notaba que tenía tiempo sin dormir, había recibido
todo tipo de visitas, psicólogos, parapsicólogos, periodistas, sacerdotes e
incluso un Shaman. Nadie pudo hacer
nada.
Terminé la entrevista, me despedí de la angustiada mujer y
me dirigí al pasillo llamando al ascensor. La puerta del ascensor se abrió y me
quedé estupefacto. ¡Era ella! Si, estaba allí mismo, dentro del ascensor, no
tengo idea de si subía o bajaba pero yo entré de inmediato. No podía hablar.
Las puertas del ascensor se cerraron y permaneció allí unos segundos. No
presione ningún botón, solo la miraba con éxtasis y de nuevo la misma pregunta –
¿Qué haces aquí? – pero ésta vez sin poder evitar reír como un idiota por mi
vehemencia – He venido a visitar a una amiga – me respondió con complacencia.
-
Tomate un café conmigo – le rogué con total
falta de dignidad – Por favor – me sentía un imbécil enamorado.
-
Claro – me respondió ella con entusiasmo, sin
dejar de verla, presioné el botón de la Planta Baja. El ascensor comenzó a
moverse pero se detuvo abruptamente. Las luces se apagaron, solo quedó
encendida una pequeña luz de emergencia. Qué demonios estaba pasando y recordé
al fantasma del ex militar. No era momento de pensar en eso. Ella se veía muy
tranquila en las penumbras. Podría haber hecho realidad mi fantasía de poseerla
en ese momento pero mi claustrofobia me impedía pensar en sexo.
-
Es un maldito apagón – dije tratando de sonar
tranquilo.
-
Estoy segura de que volverá en un momento – ella
aún más serena.
Se suponía que el generador era suficiente para que el
ascensor no se detuviera, bueno no estaba seguro, solo quería dejar de pensar
en el encierro y el fantasma. Entonces
inspirada quizás por las reducidas dimensiones y la oscuridad en la que nos encontrábamos,
empezó a hablar:
La habitación oscura
Fue caminando por la casa, siempre según le habían indicado,
ya estaba dentro de ella, eso era un logro. Todo era descaradamente blanco,
paredes, piso, techo, los marcos de las ventanas y puertas, cortinas, todo lo que formara
parte de aquella infraestructura era de color blanco y no había nada más, no
habían otras personas ni mobiliarios, nada se interponía a su pasó, como si la
ausencia ahí reinante la invitara a avanzar.
Había grandes salones, escaleras e interminables pasillos,
incontables puertas e infinidad de opciones y a pesar de no saber a ciencia
cierta cuál era el camino, estaba siguiendo su intuición, como le habían
recomendado hacerlo.
Todo se veía tan impoluto y puro que ella se sentía
triunfante y esa momentánea sensación de euforia fue disminuyendo conforme iba
ganando un largo pasillo cuyo blanco absoluto iba diluyéndose en un suave y
finalmente profundo azul, cuando quiso mirar atrás, ya todo era azul, y cada
nueva puerta que habría no hacía más que conducirla a otro certero camino azul
y ella se sentía inundada por un mar de sensaciones, que pasaban de la paz, a
la ira, de la alegría, a la tristeza y reía y gritaba como loca y luego cantaba
y susurraba hasta que la quietud volvió con la premisa de que nunca se había
ido, todo seguía azul, aunque eso no significara más que eso.
Su mano una vez más estaba girando otro picaporte, y a
medida que la puerta se habría, como dando una reseña clara de su interior, una
oscuridad rotunda se filtraba y pintaba de sombras su rostro. Y adentro, no era más que la ausencia total
de luz y de colores y aun así debía entrar.
En medio de las penumbras empezó a dibujarse una figura, era
tan fugas y estaba tan inmersa en la nada que podría ignorarse si no fuera
porque era lo único que luchaba contra toda esa oscuridad. Era imposible conocer las dimensiones de la
habitación y cuando ella grito, el sonido no tuvo retorno. Camino en dirección a
la forma que danzaba torpemente en la nada, como las partículas de polvo lo
hacen en los hilos de sol que se filtran por la ventana, cada mañana. Contrario a lo que esperaba la imagen difusa
no se disfrazó de su cuerpo, si no que adquirió un cuerpo propio, y que se
encontró con un rostro conocido frente a sus ojos.
Y tras el sujeto que acababa de traspasar toda la oscuridad
se bosquejaba, cual si fuera su sombra, todo un escenario, confuso al
principio, pero muy claro después.
El escenario era un consultorio médico, casi todo volvió a
ser blanco, con la diferencia de que ésta vez era un blanco que exudaba un frío sepulcral. Y aún su piel se helaba más porque sentía que había estado en ese
lugar de una manera tal que su miedo estaba plasmado en el reflejo de la
ventana, como si se tratase de un espejo que intenta devolverle su propia
imagen.
En cuanto al hombre, el cual estaba viendo desde una
perspectiva extraña, casi como si se encontrará encima de ella, estaba vestido
de blanco, como era de esperarse, vestido de médico, ella se sentía presa del
pánico, toda su piel lloraba de miedo y el producto de ese llanto ardiente
inundaba sus ojos y su boca y sabía salado, entonces se percató de que estaba
en una camilla, aunque era bastante confuso, todo giraba en su mente y ahora le
resultaba difícil fijar los ojos en un punto, el hombre que se inclinaba sobre
ella hedía a muerte, su cuerpo se veía gigantesco , su cuello corto, cabeza
desproporcionada, manos hinchadas, todo su ser era un compendio de lo grotesco.
En una de sus horribles manos llevaba un
aparato punzante, como una guadaña en miniatura y la dirigía a su boca, cuando
ella, quien no podía gritar porque tenía la garganta como entumecida, empezó a
dar patadas en el aire, trató de incorporarse, cuando al fin descubrió que no
estaba en una camilla, sino en una silla, casi totalmente recostada y el hombre
que intentaba introducir el objeto punzante la sujetaba con fuerza con la otra
mano, entonces el dolor desgarrador llegó y la sangre empezó a brotar
ultrajando la pureza de las paredes blancas, al igual que una mano mensajera de
la muerte portando una guadaña ahora viajaba a la profundidad de su garganta, a
través del dolor y la vehemencia ella logró incorporarse, las lágrimas no le
permitían ver y solo atinó a sujetar algo que parecía un bisturí, el hombre
quien parecía conforme con su faena solo se limitó a sonreír , aquel hombre que
al principio se veía enorme, ahora era solo un débil adefesio a quien ella le clavó
el bisturí en la yugular. Sus ojos no podían desbordarse más y ahora tampoco
podía emitir ningún sonido, fue ella quien sonrió ésta vez y le extrajo el
bisturí solo para volvérselo a clavar una y otra vez, hasta que el cuerpo fuera
solo una puñalada que alguna vez contuvo un alma en lugar de un hombre muerto.
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Ella despertó asustada, porque aún estaba sentada en algo
que parecía un consultorio médico, pero con una decoración diferente, paredes
color ocre, alfombra beige y una serie de cuadros y diplomas colgados por
doquier. Elevó la vista, la miraba con absoluta calma una mujer de unos 45
años, con gafas y chaqueta, y tomaba notas en una pequeña agenda, todo era tan
cliché y tan evidente que, recordando todo al instante, ella se apresuró a
decir – Doctora, ahora todo es claro, tengo pánico a… por un episodio con un
dentista… pero…exactamente no sé lo que pasó, yo no maté a nadie…. – volvió a
sentirse mareada y claridad volvió a llenarse de sombras cuando la doctora le
explicó:
“Cuando usted tenía solo 11 años fue víctima de un ataque
sexual. Su agresor fue su dentista. Él la anestesió y todo ocurrió mientras
usted estaba dormida…”
“En su mente usted asesinó ese recuerdo, pero el daño moral,
físico y psíquico siempre estuvieron presentes” La doctora sonrió con
complacencia “Ya tenemos el origen de todos su males…”
Pero ella no sintió complacencia, de hecho no sentía nada,
como aquel que tiene un propósito que va más allá de sus deseos.
Asintió, intercambio un par de palabras formales con la
doctora y se fue.
Esa misma tarde, se encontraba abriendo una puerta que la conducía a una sala de espera, al llegar la secretaría le anuncia que ya la está esperando.
Ella entra al consultorio del dentista, se acomoda en la
silla y siente la monotonía de haber repetido ese ritual demasiadas veces. El
hombre la saluda cordialmente y ella le devuelve el saludo, pero antes de que
el hombre inicie el procedimiento ella lo interrumpe y le dice – Se da cuenta
Doctor? Me atiende desde los 11 años, llevamos más de 15 años de tratarnos- el
hombre se limitó a asentir, ella vio su sonrisa reflejada en el brillante
bisturí que tenía en su mano izquierda.
Ahora que ella sabía el origen de todos sus males, ahora que
ella entendía que no bastaba solo con asesinar el recuerdo, ahora que jamás
sabría cuantas veces las paredes blancas se mancharon de rojo, solo tenía una
certeza, ésta vez, la sangre no era de ella.
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De pronto la luz regresó y el ascensor comenzó a moverse, me
sentía confuso por la historia y la sofocación del encierro. El ascensor se
detuvo y las puertas se abrieron y ella se dispuso a bajarse. Fuera del ascensor, en el pasillo me dijo:
-
Si te introducen al intricado laberinto de tu
mente, en busca de tus más oscuros pensamientos, que el exterior se prepare para
ver emerger con la misma forma tus más perversos deseos – y las puertas del
ascensor se cerraron.
Traté de evitarlo. No lo
conseguí. Ella se había bajado en el piso 14, donde empezamos. Ahora sin haber
presionado ningún botón yo estaba bajando. “Mierda” grite y me resigne. El
ascensor tardó una eternidad en llegar a la Planta baja y luego de allí tuve
que hacer un tour por diferentes pisos hasta que al fin de nuevo estaba en el
Piso 14. Recorrí el piso pero no la vi. Toqué algunas puertas, nadie respondió.
Me sentí abatido y baje. Una vez en la calle me sorprendió ver a una gran
cantidad de policías y personas agolpándose en la calle. El transito estaba
siendo desviado. Saque mi cámara y corrí para encontrarme con la línea amarilla
policial delimitando el espacio donde yacía un bulto lleno de sangre en la
acera. Me presenté a un oficial con mi identificación y le pregunté qué había
pasado – Según testigos, ésta mujer se arrojó de una de las ventanas del piso
14… - siguió dándome detalles, pero no era necesario, se trataba de la señora
Morrín, la viuda del ex militar.
Creo que no tengo que mencionar
que no conseguí dormir las siguientes tres noches.
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