Introducción
Se podría decir que fue la mujer más hermosa y sensual que
vi en mi vida, mi esposa jamás debería enterarse de estos pensamientos o me
mataría.
Ella estaba sentada en la sala de espera de la delegación,
con las manos esposadas en la espalda, lo que le hacía encorvarse un poco hacia
adelante, mechones de su pelo negro le cubrían medio rostro, sus ojos eran
penetrantes y se dirigían a mí, un simple mortal. Sus labios, rojos, perfectos,
se entreabrían y parecía intuir mi fascinación porque me sonrió con picardía.
Pero no habría hombre en ésta tierra que no cediera a ese
magnetismo sexual. Traté de mantener la compostura y centrarme en lo que me
llevaba hasta allí, buscar una historia interesante para la revista de la
semana. Era imperativo que me concentrara antes de que la erección se me
empezara a notar. Me acerque a ella y me presenté – Ricardo Sarboy,
corresponsal de la revista Violencia Urbana… - ella elevó su mirada, era de
otro mundo, aunque más bien de una belleza demoniaca. ¿O sería el mismo diablo,
en forma de mujer, tentando una vez más al hombre? Como sea, necesitaba saber
que estaba haciendo ahí, detenida. Me senté a su lado e inmediatamente me
preguntó – ¿Quiere mi historia? – con su voz sexy y
susurrante. Se oía como si fuese lo primero que decía en muchas horas. –Quisiera
saber cómo llegó aquí –le dije, la mire de pies a cabeza, piernas largas y
contorneadas ajustadas por unos
pantalones de mezclilla, botas negras hasta las rodillas, y una chaqueta de
cuero ceñida pero medio desprendida que dejaba ver como el escote de su blusa
desbordaba sus grandes senos. Lucía como una estrella de Rock – Señorita…- y
esperé a que completara la frase con su nombre, pero no fue lo que obtuve – Voy a contarle algo que sucedió… - respondió
ella y se puso muy seria.
Me acomodé y encendí la grabadora, miré a los lados para
asegurarme de que ninguno de los oficiales se percataba de que estaba sacando
información a una posible criminal o simple testigo. Ella empezó su relato.
Rescate Perverso
La ventana, con las cortinas a un lado, dejaba ver la noche,
y el vidrio reflejaba a una bella mujer rubia, pelo lacio hasta los hombros,
falda descaradamente corta y el mismo descaro de tacones altos, medias de red,
y un corset rojo. Con uno de sus brazos se abrazaba a sí misma y a la vez
apoyaba el codo del otro brazo mientras sujetaba un cigarrillo, fumaba y estaba
nerviosa, daba golpes angustiosos con uno de los tacones y resoplaba el humo.
Claro que estaba nerviosa, y no era para menos, estaba en
esa habitación mal decorada de burdel, como aguardando su sentencia. Desde
hacía unos meses había un asesino en serie que se ensañaba con las prostitutas.
Ellas siempre expuestas y vulnerables, eran el manjar principal de los psicópatas.
Si Jack el Destripador no hubiese iniciado ésta moda, quizás la historia sería
diferente.
Y cada noche, por cada cliente, ella simplemente lo
esperaba, como quien espera su turno en el departamento de reclamos de la
compañía de teléfonos, inseguro, vencido de ante mano y frustrado.
-
Mírate – se decía – no debí haber caído tan
bajo, podría haberme cotizado más alto-tocaba sus senos, algo desaliñados, pero
aun así protuberantes y apetecibles.
Su cintura estrecha, sus glúteos
firmes, y sus caderas redondas. Podría ser el sueño erótico de cualquier hombre
sin demasiadas exigencias. Y el sexo,
obviamente era su especialidad, desde que dejó de ser una niña, cuando empezó a
experimentar con un primo lejano, nunca más se detuvo. Sonrió con orgullo al recordar los frecuentes
elogios de sus clientes – Nena, das la mejor mamada del mundo – y no se
equivocaban. Pero esa tenue sonrisa se
ensombreció al escuchar que se abría la puerta de la habitación, el cliente a
quien le habían anunciado ya estaba ahí. Una helada incertidumbre recorrió su
espalda y armándose de valor dio medio giro con gracia para descubrir de quien
se trataba. Esto se repetía una y otra vez, desde que el maldito depredador de
mujerzuelas se había hecho eco.
El hombre que estaba frente a
ella era alto, corpulento, para terminar de fundirla en terror, llevaba un
largo sobretodo gris. Con el mentón dirigido al suelo y los ojos obligados a
apuntar tan alto que casi no se veían
sus pupilas. Todo parecía demasiado obvio, ella comenzó a temblar y en un par
de segundos decidió que saldría corriendo de allí, pero no lo hizo.
-
Hola – dijo ella tratando de sonar coherente, a
lo que él no respondió, se limitó a sonreír sin mostrar los dientes. Al mirarle
detenidamente la cara, ella notó que tenía los ojos azules, su piel era muy
blanca, el pelo castaño de un largo prudente que le cubría las orejas, revuelto
de manera a que la apariencia general era la de un desquiciado. Llevaba una barba crecida de un par de días.
Definitivamente era atractivo y eso contrastaba con todo lo demás, en espacial
con el miedo que le infundía.
Llevaba las manos en los
bolsillos del sobretodo cerrado hasta casi el cuello, como si fuera más que
evidente que ocultaba algo debajo. Ella no sabía lo que le esperaba y se sintió
confusa a medida que él se acercaba. Sin
embargo cuando la tuvo próxima a él, empezó a caminar lentamente alrededor de
la habitación, sacó una de las manos del abrigo y corrió la cortina hasta
cubrir totalmente la ventana. Era una mano inmensa, de dedos muy largos. Todo
él en general se veía muy fuerte, y así lo confirmó cuando abruptamente empujó
un pesado sofá hasta la puerta. La única salida ahora estaba bloqueada. Ella ya
no tenía dudas de sus intenciones, solo se limitó a susurrar muerta de miedo –
Por favor – y las lágrimas empezaron a descender sus mejillas.
Él le hizo una seña con la mano,
poniéndose un dedo frente a los labios,
mientras sonreía con ironía macabra. Se desprendió el sobretodo y extrajo del
bolsillo algo, ella gimió presintiendo un horror rotundo, pero el giró y abrió
el reproductor de cds, unos segundos después empezó a sonar “Priests of Sodom”
de Cannibal Corpse. Subió el volumen al máximo. Ahora el terror no solo estaba
presente sino que era ensordecedor. A continuación se quitó el sobretodo y lo
dejó caer sobre una silla, en medio de la música se pudo oír el sonido de
grilletes cayendo. Otro golpe de escalofrío recorrió el cuerpo de la aterrada
mujer, quien seguía observando al hombre desvestirse. Ahora con el torso
desnudo, dejando al descubierto unos grandes brazos musculosos y abdomen plano,
ausente de vellos visibles. El hijo de puta parece un atleta – pensó ella.
Definitivamente era un hombre fuerte. Se acercó a ella y le tomó el cabello con
violencia obligándole a arrodillarse frente a él. Ella gritó al sentir el
inevitable dolor de su cuero cabelludo resentido. – Vamos nena – le dijo él al
tiempo que desenfundaba frente a sus ojos su enorme miembro erecto. En un atisbo de esperanza ella consideró la
posibilidad de que se tratara de un simple cliente sádico y que el asesino en
serie solo era producto de su paranoia.
Entonces empezó a hacer su
trabajo, como de costumbre con el aditivo de que ésta vez estaba frente a un
hombre que en circunstancias diferentes podría resultarle absolutamente atractivo. Entonces como dirían sus clientes
habituales “Le dio la mamada de su vida”.
El hombre continuaba sujetando su
cabello, rugía disfrutándolo inmensamente
y de vez en cuando empujaba la pelvis intentando introducirse a la
garganta de la mujer, pero ella continuaba resistiendo hasta que de manera
violenta la obligó a levantarse, jalándole como una muñeca de trapo,
obligándole a mirarle a los ojos, ella lo observó con furia y le escupió en el
rostro. Él le propinó una bofetada que la hizo caer al suelo. Intentaba
incorporarse mientras el hombre sacaba un cuchillo de uno de los bolsillos del
sobretodo, ella miro de reojo y en una fracción de segundos planeó su posible
huida saltando de la ventana del tercer piso.
Entonces, él dijo algo, pero ella
no alcanzó a escuchar, solo descifró a través de sus ojos aguados, que
nuevamente él esbozaba su sonrisa perversa. Tenía la certeza de que gritar sería lo más
inútil que podría hacer, pues la música no dejaría filtrarse ningún sonido. Cerró
los ojos e imagino que todo se terminaría allí mismo, sin tener que ver
transcurrir el dolor.
De todas maneras, no iba a
rendirse, se incorporó rápidamente y corrió hacia el otro extremo de la
habitación. No descartó del todo la idea de saltar por la ventana, por lo tanto
miraba con insistencia en esa dirección. A medida que él se acercaba con el
cuchillo en la mano, ella sin encontrarse con más escapatoria iba plasmando su
humanidad en la pared, deseando que de alguna manera ésta se la tragara – No lo
hagas… por favor – gritó, pero su voz se perdía. ¿Porque no pasaba como en las
películas, que el super héroe irrumpiera precisamente en ese momento, o quien
sea que la librara de ésta tortura?
El hombre le sujetó el cuello con
una mano y luego el mentón, presionando entre su maxilar superior y el inferior
con los dedos a cada lado de la cara, obligándola a abrir aún más la boca que
ya tenía entre abierta, se inclinó levemente hacia ella, rodeando con el otro
brazo su cintura y elevándola ligeramente y al mismo tiempo presionando su
pelvis contra ella, de ésta manera ella quedaba totalmente presionada contra la
pared medio cuerpo hacia abajo. Suponía que el cuchillo lo había dejado
caer. Introdujo su lengua en su boca y
comenzó a besarla despiadada y apasionadamente, tanto así que por unos segundos
ella se dejó llevar, aún más cuando su mano descendió hasta sus senos, los
cuales fueron de inmediato liberados del corset. El miedo era electrizante,
pero la exitación lo era aún más. Luego
soltó su cintura y se dedicó a separar sus piernas, presionando de tal manera
su cuerpo contra la pared, como para que no perdiera altura. Era una maniobra
inexacta e imprecisa, pero de cierta manera funcionaba. Despojada de sus bragas
y con las piernas abiertas, ella sentía que estaba completamente humedecida, sentía
un deseo que ardía en toda su piel, y solo esperaba el momento en el que él la
arremetiera. No se hizo esperar mucho, su miembro erecto se frotaba de arriba
abajo, su mano derecha presionaba sus senos de manera brutal, pero más allá del
dolor, estaba el placer, las palpitaciones en lo más profundo y las vibraciones
que anteceden el clímax. Dejó su boca para dedicarse con la misma pasión a sus
senos, ella gemía y ya había dejado de luchar, una de sus manos acariciaba su
pelo y con la otra intentaba tocarlo, pero no lo conseguía, no se animaba o no
sabía cómo, quizás luego. Maldita sea
¿Para que el cuchillo? Quizás la respuesta llegaría pronto. Pero entonces la embestida que tanto estaba
esperando llegó, y la penetró con tanto fuerza y tanta lujuria que un par de
minutos después ella sintió como todo su
cuerpo se desvanecía intentando seguir ese ritmo infernal y cuando estaba a punto del orgasmo más
desenfrenado, en el momento de la gloria máxima, él se separó de su cuerpo. Ahora
ella quería el cuchillo para asesinar al muy hijo de puta. Él la miró con
locura y le dedicó media sonrisa, ella en su asombro no pudo evitar sonreír.
¿Qué demonios? Malditos hombres.
Entonces, él con una extraña y
repentina caballerosidad, poniéndole una mano en la espalda y con la otra
tomándole un brazo la fue conduciendo hasta la cama, donde se detuvieron – ¿Qué
quieres hacer ?– dijo ella intentando
hacerse entender entre la música. Él la hizo girar y permanecer parada de
espaldas mientras la desvestía completamente, se arrodilló y besó sus piernas y
sus glúteos. Ella se sentía lista para todo, al menos eso creía, cuando él se
levantó y con increíble maestría le anudó le ambas manos a la cabecera de la
cama, dejándola indefectiblemente de espaldas. Había usado una soga de material
sintético para el efecto y no habían
pasado cinco segundos y ya sentía el ardor en las muñecas. Sintió su lengua tibia en el cuello al tiempo
que con un pie le separaba las piernas, le obligó a bajar la cabeza e inclinar
el torso hasta donde sus manos atadas se lo permitiesen y finalmente parecía
tenerla como quería, porque retrocedió a observarla con su perturbadora mirada.
Ella también observaba cuanto podía desde lo bajo, sin embargo no alcanzó a ver
que más hacía y solo pensó – Me follas o me matas ahora, maldita sea – nada le
parecía excitante. Entonces fue cuando
volvió a sentir el frio recorriendo su espalda, pero era el helado filo del
cuchillo y empezó a llorar. Sintió como el cuchillo cortaba una fina capa de su
piel dibujando una línea desde el hombro
izquierdo hasta la cintura. Aulló de dolor. Sintió como la sangre se
desparramaba sin prisa sobre su espalda. Él comenzó a acariciarle la
entrepierna, sabía exactamente lo que hacía porque inmediatamente ella
respondió al estímulo, moviendo espontáneamente la pelvis y el área se inundó
de lubricación. Comenzó a gemir – Oh si – dijo susurrando, luego le introdujo
dos dedos en la vagina y comenzó a moverlos de manera tal que ella sentía que estallaba
y le rogaba, entonces se retiró y comenzó a frotar su miembro trazando círculos
hasta que la penetró pero detrás, de una vez y de manera contundente y
violenta, ella gritó, sintió como su piel se desgarraba, él continuo el
movimiento y de vez en cuando volvía estimularla como lo había hecho al
principio. Entre el dolor y el placer inexplicable ella sintió la contracción
de todo su vientre y rogó por más hasta que fue inevitable, estalló en un
orgasmo que sacudió todo su cuerpo y la armó de valor y también lloró porque el
dolor era insoportable y vociferó – ¡Malparido
hijo de puta! – y pudo sentir como él reía, quizás a carcajadas y luego rugía,
y su grito rompió todo el sonido existente y reinó su voz gutural, e hizo
vibrar su cuerpo una vez más, sintió como él se sacudía, y sintió arder su
eyaculación sobre la herida agrietada en su espalda.
Ella miró el suelo, vio la sangre
desparramada, que brotaba de diferentes secciones de su cuerpo, pero no podía
identificar exactamente de dónde provenía. Y sin embargo todo su cuerpo aún
clamaba por él, quien volvió a penetrar su vagina, una tras otra embestida,
ella sentía como todo su ser cedía y se entregaba a ese ritmo frenético y en
medio de todo aquello volvió a sentir el frio helado, pero ya no le importó
aunque no pudo evitar gritar aún más fuerte. A pesar de que en ningún momento
había luchado, se percató de que la soga había cedido y sus manos estaban liberadas,
aun así ella continuaba aferrada a la cabecera de la cama conteniendo las
embestidas. Podría seguir así eternamente, pero su cuerpo le ofreció el clímax
final, tan violento y rotundo, como
nunca antes se imaginó que pudiera sentir. Gritó, gimió, volvió a llorar. Era
impresionante. Eso sí era la gloria máxima, todos los demás eran puras patrañas. Su corazón iba a toda prisa, sus piernas ya no
podían sostenerla, empezó a desplomarse cuando él la sujetó, y la abrazó, buscó
sus labios y comenzó a besarla. Vaya! ella hubiera esperado algo menos romántico,
pero era obvio que con éste tipo nada era previsible, como lo fue el hecho de
que alguna vez estuviera ahí, tal como cada día, cada noche y por cada cliente,
ella lo esperaba.
Ella también respondió a sus
besos, era como si se tratase del hombre que había amado siempre y ese había
sido el mejor sexo de su vida. Pensó en la ironía de la situación, mientras se
percató de que ahora todo estaba en silencio, solo se escuchaban sus jadeos, esforzándose
por respirar y él entonces la miró a los ojos. Ella podía sentir sus ojos
azules clavados en ella, como antes clavó el filo mortal en su cuerpo, que
ahora estaba contra el de él, mezclándose con salida, sudor, fluidos y sangre.
Sonrió una vez más al ver ese cuerpo musculoso teñirse con de rojo diluido. Y
siguió esforzándose por respirar. No había ningún dolor, solo éxtasis. Todas
sus preguntas, sus dudas y sus miedos se desvanecían en una sensación de
libertad infinita. Él había venido a rescatarla, pensó y su conciencia se
apagó.
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Un tiempo después, unos hombres
forzaron la puerta, movieron el sofá que bloqueaba la entrada e ingresaron a la
habitación. Eran policías. Había un hombre que tomaba fotos a lo que fuera que
pareciera evidencia. Dos de los uniformados se acercaron al cuerpo de la joven
mujer rubia que se encontraba tendido en el piso, cerca de la cama – No hay
rastros de violencia – dijo uno de ellos observando con morbo el hermoso cuerpo
desnudo e inerte. El otro apuntó una jeringa que se encontraba cerca de ella a
lo que su compañero asintió viendo los rastros de la aguja en su blanca piel
inflamada. Rastros de vomito seco alrededor de su boca y sus ojos en blanco.
Casi no había duda, pero solo la autopsia lo confirmaría. “Sobredosis” y no
hacía falta mencionarlo.
A través de la radio uno de los
oficiales comenzó un reporte – Hemos hallado el cuerpo sin vida de una mujer de
aproximadamente 25 años, en una de las habitaciones del burdel de la calle…. –
y continuó dando los detalles con inquebrantable monotonía.
El compañero de la mirada morbosa
sonreía y dijo brevemente para sí mismo, como agregando un conclusión “Nada,
una puta invocó a su heroína “
Ella comenzó a reír a carcajadas,
como si me acabara de contar algo demasiado gracioso como para contenerse.
Sonreía y se veía perversa y yo la deseaba aún más. Fue entonces cuando un oficial vino a
buscarla, torpemente escondí la grabadora en uno de mis bolsillos. Mientras el
oficial la tiraba bruscamente y se la llevaba, pude verla de espaldas. No pude
dejar de pensar en todas las maneras que me la follaría y de nuevo como si
adivinara mis pensamientos, ella giro la cabeza hacia mí, con una sonrisa
coqueta y gritó:
– Soy Asexina, ¡mucho gusto! – el
oficial jaló más fuerte de ella y desapareció de mi campo visual.
“Que mierda de historia fue esa
uff” me dije a mi mismo llegando a la conclusión de que por hoy, ya había
tenido suficiente.
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